Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 11 de diciembre de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Herrero. Réplica al Sr. Castelar
Número y páginas del Diario de Sesiones: 180, 4.666 a 4.676
Tema: Anuncio de interpelación del Sr. Herrero. Interpelación al Sr. Castelar sobre la política interior y exterior del Gobierno

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Señores Diputados, el Sr. Castelar con mano maestra y con inspirado pincel acaba de pintar ante las Cortes Constituyentes un cuadro soberbio: términos bien definidos, magníficos contornos, excelente luz, brillante colorido. ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!

Hay, sin embargo, en el cuadro un término mejor contorneado que los demás, de mejores tintas, de más brillante colorido, y sobre todo de más verdad. Y ese detalle, ese accidente, ese contorno del cuadro es el que con razón ha excitado más vuestra admiración, porque reúne la belleza con la verdad; ese accidenta es el retrato que de la monarquía nos ha hecho el Sr. Castelar al tratar demostrar su razón de ser por los grandes hechos que realizado, uno de los cuales, el más importante, la unidad nacional, tratáis de destruir vosotros con el federalismo. Pero el Sr. Castelar en su brillante trabajo ha seguido el sistema de un famoso pintor encargado de hacer retratos de una dama joven, elegante y esbelta, pero de una inmensa desgracia de tener una cabeza que no es proporcional a su cuerpo, y que pudiera llamarse monstruosa por lo grande y por lo fea. El pintor, entusiasta de lo bello, comenzó por trasladar al lienzo las bellezas de la joven; y cuando las hubo concluido, era tal su repugnancia al empezar el dibujo de la cabeza, que, sin poderlo remediar, su pincel, al intentarlo, se le desviaba, un día se entretenía en pintar una flor, otro día en añadir un adorno, otro en aumentar una hermosura sobre las muchas que en el lienzo tenía ya acumuladas; pero nunca encontraba oportunidad para empezar el dibujo de la cabeza. Hubo el pintor de verse precisado ya a dar por terminada la obra, o a emprender el trabajo que tanto repugnaba al pintor se decidió por lo primero; y tirando los pinceles arrojando al suelo la paleta, nos dejó un bonito cuadro, trabajo de mérito, pero al fin y al cabo un cuerpo sin cabeza. S. S. ha tirado los pinceles, ha arrojado al suelo la paleta, y yo, menos diestro que S. S., me levanto a recoger sus pinceles y a tomar su paleta para completar el cuadro que S. S. ha empezado, y que si después de concluido ofrece menos belleza, presentará al menos más verdad. (Bien, bien.) [4666]

Este cuadro, sin embargo, presenta en su conjunto dos términos diversos: el uno sombrío, triste, melancólico; el otro soberbio, arrogante, iracundo. Pero cuando el Sr. Castelar trazaba el primero, y nos ponía de manifiesto los colores y los tormentos que han herido su sensible corazón en las críticas circunstancias por las que ha atravesado el país; cuando S. S. se lamentaba de la situación angustiosa por las que han pasado los españoles, y sobre todo sus correligionarios, sin los derechos individuales, no podía menos de recordar una de las muchas causas célebres que tuve ocasión de leer en mi forzada ausencia de mi patria.

Tratábase, Sres. Diputados, de uno de esos monstruos que de vez en cuando aborta la naturaleza para horror de la humanidad. Tratábase de un criminal horrible; tratábase de un hombre que ¡había matado a su padre y a su madre! Llegó el día de la vista de la causa, y hecha la acusación y concluida la defensa, el Presidente del Tribunal se dirigió a aquel miserable, a aquel repugnante criminal que ocupaba a la sazón el banco de los acusados, para preguntarle si tenía algo que advertir; y este monstruo de la naturaleza, en tono compungido y con voz lacrimosa, se levantó, y dijo: No, Sr. Presidente, como no sea pedir la conmiseración de los Sres. Jueces para este pobre, desgraciado y desvalido huérfano. Aquel miserable se lamentaba ante los Jueces de la desgracia que él mismo se había proporcionado, y quería excitar así los sentimientos generosos de los Jueces, llamando su atención sobre la gran pesadumbre que él mismo se había ocasionado. Pues, Sr. Castelar, si los derechos individuales son tan buenos; si es tan feliz con ellos el pueblo; si no se puede vivir sin ellos; si S. S. sufre tanto y tanto padece sin los derechos individuales, ¿por qué S. S. y sus amigos los han matado? (Bien, muy bien.) ¿Por qué la conducta impaciente, el proceder loco de un partido que se llama federal, ha hecho imposible, por lo menos temporalmente, su ejercicio?

Como he dicho antes, el Sr. Castelar ha dejado incompleto el cuadro que ha presentado a las Cortes Constituyentes. Su señoría, con frase poética, nos ha descrito aquí los sufrimientos, las torturas que S. S. ha padecido, y que han padecido también sus amigos en los momentos criticas por los que ha atravesado el país, y a consecuencia de medidas adoptadas por el Gobierno. Su señoría nos ha pintado con negros colores las persecuciones, los martirios, las prisiones terribles que han padecido sus correligionarios por la arbitrariedad y las disposiciones del Gobierno. Su señoría, en fin, nos ha pintado como ha querido estas disposiciones y estas medidas, y este es el cuerpo del cuadro de S. S.

Pero el Sr. Castelar no ha dicho nada de las causas que han producido esos dolores y esos sufrimientos de S.S. y de sus amigos. Su señoría se ha callado los motivos que han impulsado al Gobierno a tomar las medidas que S. S. ha calificado como ha tenido por conveniente; S. S. no se ha hecho cargo, ha guardado profundo silencio acerca del estado en que se encontraba el país, de las circunstancias críticas por las que ha atravesado, de los peligros horribles que han corrido aquí los hombres de bien, las familias honradas, la sociedad entera. Y esta es la cabeza del cuadro de S. S., que a mí me toca dibujar.

¿Cuáles han sido las causas que han motivado las disposiciones que el Sr. Castelar ha condenado tan enérgica y tan duramente? ¿Cuál era, Sres. Diputados, el estado tristísimo del país después de terminada la última insurrección federal?

Señores, la reacción nos amenazaba con sus fantásticos prosélitos, para sumir a este desdichado país en los horrores de una guerra civil. Los isabelinos trataban de fomentar nuestras discordias para recoger después el fruto de sus arteras mañas. La demagogia cundía rápidamente por todos los ámbitos de España, gracias a las locas predicaciones de los mal llamados republicanos, para traernos la restauración en brazos de la anarquía (El Sr. Figueras pide la palabra), y hasta la cátedra del Espíritu Santo se convertía por algunos fanáticos en conciliábulo tenebroso, donde se juraba muerte a la libertad. En cada pueblo, señores, germinaba una conspiración; en las ciudades y en los campos se fraguaban planes contra la libertad, y en todas partes, a la sombra de la seguridad individual, de la inviolabilidad del domicilio, de la libertad de imprenta, del derecho de reunión, del derecho de asociación, de lo sagrado de la correspondencia; a la sombra, en fin, de los derechos individuales, se convocaban con descaro, se reunían sin peligro, se aprestaban impunemente a la lucha y nos amenazaban osados los enemigos sempiternos de todo progreso.

Y a la sombra y con el impulso de esas múltiples conspiraciones, se iniciaba, señores, la cuestión social, traducida en Cataluña por las disputas del obrero y del fabricante, manifestada en Andalucía por el odio entre el colono y el propietario, y en otras provincias indicada por las amenazas del pobre contra el rico. Y como si esto no fuera bastante, en todas partes los malhechores se aprestaban a cometer sus fechorías, escudados y envueltos en estas grandes y terribles complicaciones. Los hombres de bien empezaban a sentirse sin seguridad ni amparo, al mismo tiempo que los malvados empezaban a campar por su respeto, y se preparaban a cometer todo género de tropelías. No había día que no se recibiese una noticia triste; cada día se hablaba de un nuevo atentado contra la propiedad o contra la vida de los ciudadanos, y algunos con circunstancias tan terribles, que ponían miedo en el ánimo más levantado, y hacían temer que, marchando el crimen en fatal progreso, llegara a tomar proporciones aterradoras, y que los ciudadanos honrados no tendrían, en un país donde tantos derechos se proclamaban, más que el de sufrir todo el mal que quisieran hacerles los malvados.

Señores, hay épocas en la vida de tal decadencia moral, de tal perversión de ideas, que en ellas el crimen cobra aliento, y las malas pasiones todas vienen en apoyo de los más nefandos intentos y de los delitos más odiosos. En estas épocas de prueba para los pueblos es necesario, señores, que una mano fuerte empuñe las riendas del poder; es necesario que los gobernantes, inspirándose en un alto sentimiento de justicia y de humanidad, protejan al hombre de bien contra el malvado, al débil contra el fuerte, a la víctima contra el agresor, sean cualesquiera las medidas que para ello hayan de adoptar; porque, señores, si inspiran lástima los criminales a quienes estas medidas alcancen y la ley inexorable castigue, más lástima deben inspirar los hombres de bien y las familias honradas que son víctimas de la perversidad de aquellos.

Llegó en este país, señores, un momento en que ya no sólo se trataba de republicanos y carlistas; ya no eran sólo los rojos o los blancos los que perturbaban el país; los que perturbaban el país, o al menos los que intentaban perturbarlo, eran los ladrones y los asesinos; eran los que en medio de la noche sorprenden el sueño de las gentes honradas y arrancan la vida a seres inocentes; eran los que en caminos solitarios sorprenden y apalean o matan al cansado caminante; eran los que en las ciudades asestan una puñalada a traición al pacífico [4667] transeúnte; eran los que están constantemente acechando todo movimiento revolucionario para mezclarse en las filas de los que por pasión política lo promueven, para poder así, a mansalva, cometer los mayores excesos y crímenes más terribles; eran los que en la mansión del dolor, en los baños de Fuensanta sorprenden el sueño de los que en el reposo van a buscar alivio a su perdida salud, y asesinan cobardemente a los guardias civiles para matar después impunemente a los enfermos, cometiendo el crimen más espantoso de que hay ejemplo en nuestros anales criminales; eran los que en Tarragona manchaban la revolución y ensangrentaban las calles, cometiendo el delito más cobarde de que hay noticia en la Historia; eran los ladrones, los violadores, los asesinos, los incendiarios de Valls, que entregándose a todo género de maldades, sin consideración a sexo, clase ni edad, ni detenerse ante la propiedad, ni ante la vida, ni ante la virtud, han llevado el espanto y el luto a las familias, la indignación al país y el horror a la humanidad.

Señores, tan triste estado era necesario que terminara; el Gobierno no hubiera cumplido con su deber, no hubiese sido digno de tal nombre, si no hubiera hecho todo lo necesario para salvar en tan solemnes momentos la propiedad, la vida y la honra de los ciudadanos. Hemos proclamado la libertad, sí; todos queremos libertad; pero para el hombre honrado, para el ciudadano pacífico, para el que acata la autoridad, para el que respeta la ley; no para que al mismo tiempo que se crean impunes los crímenes, lleve el hombre honrado el sobresalto en el alma y el temor en el corazón.

En tal estado de cosas, señores, colocado el Gobierno frente a frente de las conspiraciones y rebeliones carlistas; de los trabajos isabelinos; de los planes disolventes; de las perturbaciones; de los motines; de las sublevaciones; de la demagogia; de la cuestión obrera en Cataluña con las fábricas cerradas y 50.000 obreros paseándose por las calles de Barcelona; la cuestión socialista y comunista en otras provincias; de los malhechores, que en todas partes, acechando el momento del estallido de cada una de estas complicaciones. iban afilando sus armas para atacar impunemente la propiedad. la vida y la honra de los ciudadanos; y para que no faltara nada, y como remate de este cuadro desconsolador, una guerra al otro lado de los mares; ¿qué podio, qué debía hacer el Gobierno en un periodo constituyente, cuando la falta de ciertas leyes o la ineficacia de otras pueden hacer peligrar la vida, la propiedad, el bienestar del ciudadano y del país? ¿Qué había de hacer más que salvar por completo al país como pudiera y con los medios que tuviera? ¿Qué había que hacer más que salvar tan caros objetos con la ley, si la ley era suficiente; sin la ley, si era ineficaz?

¡Ah, señores, qué fácil es gobernar en periodos constituidos, cuando todo está en calma, todo tranquilo, y las leyes traen previstos todos los casos, y sólo en las leyes buscan su escudo los que están llamados a obedecer! Entonces los llamados a gobernar tienen reglas fijas, seguras y fuertes, para cumplir dignamente su elevada misión, y son insensatos y criminales los que, faltando a esas reglas, profieren conseguir por el camino peligroso de la arbitrariedad, lo que tan fácilmente y con tanta gloria se puede obtener por el camino tranquilo de la ley.

Pero, señores, no sucede lo mismo cuando se trata de un país por constituir; cuando la falta de unas leyes, o la ineficacia de otras, es origen de conflictos y dificultades todos los días; cuando la ley no sirve de freno más que al que manda; cuando se suceden los conflictos y se acumulan las complicaciones; cuando en circunstancias críticas todo peligra: la vida, la honra, la propiedad, la familia, la sociedad. Entonces no hay reglas fijas que puedan guiar a los gobernantes; entonces no hay más que apelar a disposiciones que suplan la ausencia o la ineficacia de las leyes; entonces en medio del bullicio, en medio del tropel de dificultades y del cúmulo de peligros, no hay, señores, más que una ley, ley suprema, ley de las leyes, ley que no está escrita en ninguna parte, pero que aparece siempre flotando, sobre las grandes calamidades, como el único remedio, como suprema necesidad: la salvación de la Patria.

Pues bien, Sres. Diputados; después de esto y de presentar el estado del país que obligaba al Gobierno a tomar ciertas y determinadas medidas, ¿habría necesidad de descender a los casos particulares que ha examinado el Sr. Castelar en su revista retrospectiva acerca de la política interior del Gobierno? Yo no lo creo necesario; pero, sin embargo, acepto con mucho gusto ese examen.

El Sr. Castelar ha atribuido al Gobierno ilegalidades en haberse extralimitado de las mismas facultades extraordinarias que las Cortes le concedieron, en la destitución de los Ayuntamientos, en el desarme de las fuerzas ciudadanas, en la violación del domicilio, en prisiones preventivas, en las deportaciones, en la suspensión de periódicos, en la clausura de Clubs y en la disolución de los pactos federales; y yo voy a examinar todas estas cosas, en la seguridad de que el Sr. Castelar variará de concepto, porque por lo visto S. S. está equivocado, por datos sin duda erróneos que le han suministrado.

Que el Gobierno se ha extralimitado hasta de las facultades extraordinarias que las Cortes le concedieron, y que se ha extralimitado, lo ha dicho otro Diputado antes, hasta el punto de haber sido cruel dentro de esas mismas facultades. Señores, el Gobierno se vio precisado a atajar los males que he indicado al principio de mi discurso, cualesquiera que fueran las medidas que tuviera que adoptar, y por duros que fueran los medios a que tuviera que recurrir; y entre otras disposiciones que se dictaron, se adoptó por el Ministerio de la Guerra una, que ha sido mal comprendida y peor juzgada, contra los malhechores. Pero como al mismo tiempo hubo que dictar medidas contra los carlistas, que al mismo tiempo que los malhechores se levantaban en armas (porque la verdad es que el partido carlista se inauguró con la gavilla de malhechores de Fuensanta, como triste preludio de la guerra civil en que querían envolver a nuestra Patria), pudo haber en efecto equivocación, y era natural que la hubiera, en la aplicación de esas medidas acerca de aquellos que levantándose en armas contra el Gobierno, y perturbando la tranquilidad pública, pudiera dudarse de si eran malhechores o carlistas.

Pero, señores, si pudo haber error en la aplicación de ciertas medidas del Gobierno, en casos de duda, de vacilación y de lucha; si en efecto en aquellos casos en que era necesario aplicar estrictamente la ley, pudo haber alguna falta en el proceso o en la tramitación, pero no en lo esencial, cuyo resultado era por otra parte evidente, cúlpese, señores, a los tristes azares de la guerra, y súfranlos resignados los que la promueven, sin pretexto ni motivo alguno, queriendo sobreponerse, por la fuerza de unos cuantos, al derecho de todos. Abiertas tenían y tienen las puertas de la legalidad; soberana es la opinión pública. Que apelen a la legalidad y a la opinión pública para hacer prevalecer sus pretensiones. Pero si despreciando las leyes y sobreponiéndose a la opinión pública [4668] pretenden, insensatos, arrancar la realización de sus doctrinas a la violencia de las armas, y si a la majestad del debate y al triunfo de la razón pretenden sustituir los horrores de la guerra y las tristes eventualidades de la lucha, sufran resignados las consecuencias de su antipatriótica conducta. Que ya saben que cuando el humo de la pólvora quita la vista, y los vapores de la sangre perturban la razón, las demarcaciones de las leyes de la guerra quedan indecisas, y ni es fácil determinar los límites dentro de los que cada cual debe contenerse, ni mucho menos puede trazarse con regla y compás las líneas entre las cuales han de moverse los combatientes.

Pero fuera de los casos de lucha, ¿dónde ha estado la crueldad del Gobierno? E1 Gobierno, por el contrario, ha evitado en favor de los rebeldes, en cuanto le ha sido posible, la estricta aplicación de la ley, y ha procurado suavizar su rigor, introduciendo voluntariamente en la de 21 de abril una modificación, por medio de la cual limitaba su acción a sólo los actos a mano armada, en vez de a los ayuntamientos.

Ha dicho S. S. que ha habido ciudadanos que por sólo el hecho de haber votado por S. S. han sido metidos en lóbregos calabozos. Yo niego en redondo el hecho: vengan las pruebas que lo acrediten; pero mientras no las presente S.S., yo niego ese hecho, como niego también el hecho que S. S. ha referido aquí respecto al mal trato de que dice ha sido objeto uno de los detenidos en la Carraca. Lo que hay es que entre los republicanos federales sublevados ha habido muchos que han sido cogidos con las armas en la mano, otros después de haberlas tirado, y otros que las iban a coger, siendo de notar que ahora dicen que no eran republicanos federales y suponen que se les ha detenido por un pretexto cualquiera. extenderla como la misma ley indica, a las maquinaciones que directa o indirectamente atacasen la Constitución del Estado. Y después del combate, el Gobierno tiene el gusto de declarar aquí, que no ha hecho derramar ni una lágrima, ni una gota de sangre. Los condenados a muerte pueden volver un día pacíficos ciudadanos al seno de sus familias; los condenados a presidio no arrastran, si no quieren, la cadena de los criminales, y pueden vivir con la misma libertad que viven los que han tenido la fortuna de escapar a la acción de la justicia; y ni uno sólo que no se haya manchado con crímenes comunes, ni uno sólo ha sufrido el estricto cumplimiento de la ley.

Lucha hubo en Barcelona, y después de la victoria el Gobierno no ha hecho derramar allí ni una lágrima, ni una gota de sangre. Lucha hubo, y dura, en Zaragoza, y ni una gota de sangre ha salpicado después del combate aquel suelo, otras veces regado con la sangre de tantos mártires de nuestra independencia. Lucha tenaz y terrible hubo en Valencia, y ni una lágrima, ni una gota de sangre ha hecho derramar el Gobierno después de la victoria en la ciudad de las flores. Y vosotros, Diputados republicanos federales, y vosotros mismos, los que todavía no habéis perdido la investidura de Diputado, los que estáis sentados ahí dirigiendo cargos al Gobierno, y que os presentáis como acusadores, en vez de ofreceros como acusados; vosotros mismos, rebeldes; vosotros que habéis sido rebeldes por confesión propia y por confesión de vuestros amigos; vosotros, comprometidos en la rebelión, ¿dónde tenéis la cadena que, según las leyes, y según se desprende de vuestra confesión, debíais de arrastrar en uno de los presidios de la Península?

¡Ah, señores! ¿Qué queríais? ¿Por ventura queríais que después de vuestra conducta, que después de vuestra complicidad en la rebelión, que después de las calamidades que habéis hecho caer sobre este país, y después de la sangre que habéis hecho derramar, el Gobierno os recibiera con los brazos abiertos? ¿Que el Gobierno os manifestara su gratitud en su nombre y en el de la Nación? ¡Ah! ¿Queríais esto? ¡No seáis ingratos, y ya que no habéis sabido ser patriotas, sabed al menos ser agradecidos! Sí, agradecidos debéis manifestaros, en vez de venir todavía a dirigir cargos a un Gobierno, que no sólo os ha vencido, sino que también os ha perdonado.

El Gobierno, pues, no ha faltado a la ley en que se le concedían facultades extraordinarias por las Cortes Constituyentes; y si ha faltado en algo a esa ley ha sido para hacer bien, para ejercitar su clemencia, para concederos su perdón. Fue tolerante antes de la batalla, fue enérgico y fue severo durante el combate; pero fue clemente, fue generoso después de la victoria. Y tan generoso ha sido, que no ha hecho caso de la soberbia inconveniente del vencido, que forma contraste con la indiferente magnanimidad del que no sólo ha sabido vencer a su adversario, sino que, a pesar de todo, ha sabido vencerse a sí mismo. Y en cambio de esto se nos quiere atacar por algún detalle perjudicial a alguno, que va envuelto en el plan general beneficioso a todos. Cuando un Gobierno adopta un sistema es necesario condenarlo o aprobarlo con todas sus consecuencias. Se trata de lo que se ha hecho respecto a ciertos sublevados cogidos con las armas en la mano, y se dice que el Gobierno no ha cumplido con la prescripción de un artículo constitucional. Pero no se tiene en cuenta que ese artículo se refiere a disposiciones gubernativas, como medios preventivos en circunstancias extraordinarias, pero no se refiere a los que habiendo ya cometido el delito han sido cogidos con las armas en la mano, y, por lo tanto, el Gobierno no se ha salido de ese artículo. ¿Había de enviar el Gobierno a los depósitos de criminales comunes a los rebeldes cogidos con las armas en la mano, después de haber luchado contra el Gobierno? ¿Es proceder de buena fe atacar al gobierno por un pequeño detalle, sin considerar en conjunto la cuestión de que ese detalle se desprende? ¿Por qué fueron esos prisioneros conducidos a la Carraca? Porque el Gobierno se propuso no condenar a muerte, o, mejor dicho, no hacer ejecutar la sentencia de muerte de ningún preso político. Pero la consecución de este propósito tenía que sujetarse a un plan. Como el ataque fue simultáneo en varios puntos, era necesario adoptar alguna determinación respecto a los prisioneros de guerra, o como quieran llamarlos los republicanos. ¿Se quería que hubiese sido cumplido exactamente el precepto de la ley? Pues los presos de Barcelona, Zaragoza y Valencia hubieran sido entregados a los Tribunales de guerra, y entonces, si bien algunos se hubieran librado por no comprobarse su participación en la sublevación, muchos hubieran sido condenados, y hubieran sufrido el rigor de la ley, pagando con su vida su conducta.

Pues bien; para que esto no sucediera, se buscaron depósitos que tuvieran las condiciones convenientes para tener guardados a los prisioneros, y además era necesario quitar ese foco de rebelión, ese germen de perturbación de los sitios, de los pueblos, de las provincias en donde la sublevación había tenido lugar, como medida de gobierno, como medida de orden público. Y cuando éste ha sido el proceder del Gobierno; cuando en vez de haberlos mandado a un punto más cercano, pero adonde hubieran ido a pie y por mal camino, se les ha buscado un sitio bien acondicionado, adonde se les ha transportado por el vapor, ¿se viene a hacer un cargo porque han ido a la Carraca, y se viene a declamar y hacer tantos aspavientos? ¿Era mejor llevarlos a pie y por mal camino a 40 o 60 kilómetros, que a 200 por vapor y cómodamente, y tenerlos en habitaciones en donde no hubieran podido estar ni aún de pie y sí como empaquetados.

Bien es verdad que por las explicaciones que ha dado el señor Castelar, explicaciones por cierto curiosísimas, lo que S.S. quería era otra cosa. Lo que S.S. quería era, no sólo que se les perdonase la vida, no sólo que se les tratase bien, sino que se les enviara en libertad a sus casas. Porque esa, ni más ni menos, es la teoría del Sr. Castelar. Decía: ¿Qué Tribunales van a juzgar a los presos o detenidos en la Carraca? ¿Son los de Guerra? Pues esos Tribunales son incompetentes, y, por consiguiente, nulos sus fallos. ¿Por qué? Porque según la Constitución debe [4669] haber un Jurado que entienda en esos delitos. Pues en ese caso, Sr. Castelar, no sólo los depositados o detenidos en la Carraca debían estar en sus casas, sino los que han sido ya sentenciados y están cumpliendo la condena, puesto que no existe el Jurado que debió haber entendido en sus causas. Es verdad que la Constitución consigna el principio de la existencia del Jurado, cuya existencia será debida a una ley hecha por las Cortes Constituyentes; y mientras que esta ley se hace, ¿no habrá Tribunal que entienda en cierta clase de delitos? ¿Quiere esto el Sr. Castelar? Pues es lo mismo que pedir que haya completa impunidad. ¿Es esto lo que quiere el Sr. Castelar? ¿Es por ventura que los sublevados contaban con la no existencia de la ley que había de juzgarlos? ¿Por ventura que cuando el Sr. Castelar incitaba a la rebelión, a la sublevación, en cierta época, contaba con la impunidad? Eso es absurdo. Las Cortes irán haciendo las leyes que la Constitución consigna, entre las que se halla la del Jurado; pero mientras se hacen, ¿han de quedar impunes los delitos que se cometan? No; mientras esa ley se hace y hasta que esté promulgada, regirán las leyes vigentes. Por consiguiente, no es exacto que los Tribunales que han juzgado a los sublevados sean incompetentes y sus sentencias nulas y de ningún valor.

Pero el Sr. Castelar ha llevado hasta la epopeya sus calificativos contra el Gobierno en la disolución de los Ayuntamientos, lamentándose de que se hayan disuelto Ayuntamientos y no se haya procedido con arreglo a las leyes Municipal y Provincial. Es cierto lo que dice el Sr. Castelar. El Gobierno ha faltado a esas leyes en lo que tiene relación con la disolución de los Ayuntamientos y Diputaciones. Ya ve el Sr. Castelar que soy franco, que soy leal, que soy sincero. El Gobierno ha faltado a la ley Municipal y Provincial al disolver los Ayuntamientos. ¿Pero ha sido por gusto de faltar a la ley o por lujo de arbitrariedad? ¿Es que otro cualquier Gobierno no hubiera hecho lo mismo en igualdad de circunstancias? Eso es lo que voy a examinar en justificación de la conducta del Gobierno en los momentos críticos en que esta medida podía contribuir poderosamente al restablecimiento del orden, profundamente alterado con peligro de la Sociedad.

Señores, los Ayuntamientos, en la manera de ser política de nuestro país, tienen una intervención tan poderosa y a la vez tan decisiva en la vida constitucional de la Nación, que aparte ciertas restricciones que les impone la ley a que están sometidos, pueden considerarse como cuerpos eminentemente políticos. Los Ayuntamientos, además de las atribuciones administrativas que les son peculiares, están encargados de la administración interior de los pueblos; organizan las fuerzas ciudadanas; eligen libremente los Alcaldes, que son los representantes del Poder central en las poblaciones donde no hay autoridades superiores, y que ejercen, por lo tanto, funciones de gran importancia y de gran confianza del Gobierno; que nombran sus empleados; que son Jefes natos de las fuerzas ciudadanas; que están encargados de hacer que se cumplan las leyes, y de dar seguridad a la propiedad y protección a las personas, pudiendo requerir, en caso necesario, el auxilio del Ayuntamiento, de los vecinos y de la fuerza armada, sin que en ningún caso se les pueda negar. Tales son las importantísimas atribuciones, las funciones gravísimas que ejercen las Corporaciones populares, a pesar de que, según el Sr. Castelar, todavía no hay bastante descentralización en la manera de ser administrativa y política de esas Corporaciones.

Pues bien: un partido político, aprovechándose de una legalidad que aparentemente acataba, consigue llevar a esas Corporaciones populares sus propósitos, su organización y hasta sus planes de hostilidad y de combate contra esa legalidad que aparentaba atacar, y que en realidad quería destruir. Pues aprovechándose de esa legalidad que aparentemente respetaba, pero que, repito, en realidad quería destruir, adquirió una fuerza inmensa en este país; se robusteció con la fuerza que nace de la organización municipal; se hizo dueño del gobierno interior de una gran parte de los pueblos, y se apoderó de una gran parte de las fuerzas ciudadanas. Con tales elementos políticos, contando además con los periódicos, los Clubs y los pactos federales, que a la vez estaban sostenidos por esas Corporaciones populares, llegó en poco tiempo a creerse tan potente y tan grande, que se juzgó más fuerte que el Gobierno, superior a las Cortes Constituyentes; y soberbio, y levantando la bandera de insurrección, gritó: ¡Muera el Gobierno; abajo las Cortes; yo soy el dueño del país!

Hay que observar que desde el momento en que las Cortes Constituyentes votaron la Monarquía como forma de Gobierno de este país, ese partido se declaró en abierta rebelión. Sus discursos, sus periódicos, los programas de sus pactos, todo fue encaminado a este objeto. Los periódicos, los Clubs, los pactos federales, y lo más grave y trascendental, los elementos oficiales de los que había conseguido apoderarse por medio de los Ayuntamientos, aprovechándose de la legalidad existente, y de las fuerzas ciudadanas, todo, en fin, fue encaminado y dirigido a ese fin revolucionario. Y tanto adelantó por estos medios, y tanta fuerza adquirió con esos grandes elementos políticos que había conseguido a la sombra de la legalidad a que se amparaba, que al poco tiempo se creyó soberano, y todos los días nos amenazaba con darnos la batalla; llegó a presumir que si seguían viviendo el Gobierno y las Cortes Constituyentes sólo era en gracia de su longanimidad, que nos concedía la vida hasta que trajéramos el Rey.

Pero enfermó el Emperador de los franceses, y los republicanos federales, en su buen deseo hacia este Soberano, le creyeron próximo a morir. Para ellos era infalible que el Emperador de los franceses se moría; y creyendo este momento oportuno para levantar su bandera, avisaron a todos los suyos, fueron y vinieron agentes, y se acordó como señal de la batalla la noticia de la muerte de aquel Soberano. Pero el Emperador de los franceses no quiso dar a los republicanos federales españoles el gusto de morirse. Entonces quisieron aplazar el combate, y por de pronto perdonarnos la vida hasta la elección del Monarca. Pero los republicanos habían adelantado tanto en sus trabajos de conspiración, la mina estaba tan cargada, que la menor chispa podía hacerla saltar, y esta chispa fue el triste suceso de Tarragona, tras del cual ocurrieron los demás que han producido la sublevación republicana federal.

¿Qué han sido, pues, señores, antes y durante la sublevación federal las Corporaciones populares disueltas? ¿Qué han sido los Clubs cerrados, los pactos federales deshechos, qué han sido más que elementos de un plan vasto de comparaciones primero, y fuerzas revolucionarias en combinación después? ¿Qué han sido los Ayuntamientos sino la base de los Clubs republicanos? ¿Qué las Corporaciones populares sino la base y el fundamento de los pactos federales por ellas creados y fortalecidos? ¿De dónde recibían los Clubs republicanos federales sus fuerzas y sus medios sino de los elementos oficiales que pertenecían a los Ayuntamientos por las funciones políticas que ejercían? No eran, pues, todos ellos sino los elementos de un [4670] plan, convertidos en foco de conspiración primero y en Juntas revolucionarias después.

¿Y qué debía hacer el Gobierno en tan críticas circunstancias? ¿Qué debía hacer el Gobierno, sublevada una gran parte del país, y teniendo al frente de la sublevación a los municipios; qué debía hacer el Gobierno más que disolver y destruir inmediatamente esos elementos de perturbación; qué debía hacer más que disolver y destruir todos esos ayuntamientos, que con las armas en la mano le combatían en unos puntos y se preparaban a combatirle en otros; qué debía hacer más que disolver y destruir sin contemplación ninguna esas verdaderas juntas revolucionarias?

¿Qué se pretende? Ya lo ha dicho el Sr. Castelar: se pretende que el Gobierno en esos momentos de conflagración se hubiese cruzado de brazos y hubiese dicho: "es verdad que los ayuntamientos republicanos se rebelan contra el Gobierno; es verdad que se hallan con las armas en la mano, o dirigiendo la sublevación; es verdad que los que no se encuentran con las armas en la mano, o a la cabeza de la sublevación, fomentan con sus recursos el movimiento, dando con su influencia oficial fuerza y poder a la rebelión; pero como estamos en un período por constituir, como el país no se ha constituido todavía, como no hay leyes extraordinarias que prevean estos casos extraordinarios, como no tengo más que la ley municipal y provincial, que aunque no está hecha para casos excepcionales yo debo seguirla al pie do la letra, no importa que los ayuntamientos estén en rebelión contra el Gobierno, no importa que la sublevación se fomente por los que los forman, con sus propios recursos y con los elementos oficiales que la legalidad pone en sus manos; no importa que la rebelión crezca, que la libertad se pierda y que el país se hunda. Mientras esto sucede, debe conminarse primero a los ayuntamientos que se han sublevado, enseguida debe multárseles, luego debe acudirse a las Diputaciones provinciales consultándoles lo que se debe hacer con esos ayuntamientos, aunque las Diputaciones provinciales estén también con las armas en la mano o a la cabeza de la rebelión; después debe acudirse al Consejo de Estado para que manifieste lo que debe hacerse con esos ayuntamientos y esas Diputaciones, y debe acudirse a las Cortes Constituyentes para que resuelvan lo que estimen oportuno acerca de esas corporaciones, que no han cometido más que la falta de conspirar primero y sublevarse después contra la omnipotencia de la soberanía nacional, o que no han hecho más que dirigir, preparar y ejecutar excesos como los de Valls y otros puntos." ¿Es esto lo que se quería? ¿Es esto lo que se pretendía? ¡Ya lo creo! Todos los conspiradores, todos los revolucionarios pretenden dar con Gobiernos imbéciles, con Gobiernos criminales. ¿Pero es eso lo que el Gobierno debía hacer? No: el Gobierno, en las circunstancias críticas en que se encontró, por la falta de ciertas leyes y la ineficacia de otras, debió obrar como lo hizo.

El deber del Gobierno consiste en tener valor en esos momentos solemnes para echar sobre sí la responsabilidad de disposiciones gubernativas que suplan la falta o la ineficacia de las leyes para salvar los intereses que le están encomendados y proveer a lo necesario para la defensa del país. Eso ha hecho la Inglaterra con los fenianos; eso han hecho las repúblicas americanas con el Sur, y eso hacen y han hecho todas las monarquías y todas las repúblicas cuando se han encontrado o se encuentran en momentos solemnes y críticos en que puede peligrar la sociedad.

Pero S.S., y yo creía que en esto S.S. y sus amigos se habían corregido, nos ha dicho que los ayuntamientos destituidos deben volver a los municipios y arrojar de ellos a los nuevamente nombrados; y esto es subversivo, porque no tienen derecho a llamarse ayuntamientos los que faltan así a sus deberes; los que en vez de ser ayuntamientos del pueblo, como representantes del poder, son representantes de un partido y obran por lo que un partido les dice, y ayudan a perseguir a los demás partidos, en lugar de administrar y proteger los intereses y las personas de todos los ciudadanos ? S. S. ha tenido, sin embargo, el atrevimiento de venir a decir aquí: "Los ayuntamientos destituidos deben ir a las casas consistoriales y echar a los ayuntamientos facciosos." ¿Es que Su señoría no tiene presente las desgracias ocurridas por sus predicaciones anteriores, que quiere reproducirlas de nuevo? ¿Es que S. S. cree que puede venir aquí a verter esas palabras sin consecuencia alguna? Pues agradezcan a S. S. y sus compañeros multitud de las familias víctimas que ha habido con motivo de la sublevación republicana federal; pues agradezcan a S. S. y a sus amigos infinitas familias la pérdida que habrán experimentado; pues agradézcanselo a S. S. las víctimas de la sublevación, producida por sus temerarias predicaciones. Pues qué, ¿no ha visto S. S. las tristes y terribles consecuencias que han dado las predicaciones hechas aquí y en otros puntos? ¿O es que todavía se creen S. SS. con derecho a repetirlas? ¿O es que todavía quieren buscar el mismo resultado? Si alguno de esos ayuntamientos, siguiendo el consejo de Su señoría, va a tomar posesión del municipio y se empeña en desobedecer a la autoridad, y se promueve la lucha, y hay tiros, y se derrama sangre, ¿quién tendrá la culpa de la sangre que se derrame más que S.S. por sus palabras imprudentes? Pues téngalo por seguro S. S.: si algún ayuntamiento de los destituidos se atreviera a hacer eso, seria castigado sin contemplación ninguna Que se acuerden, para que no sigan ahora los malos consejos de S. S., de la buena lección que acaban de recibir por haberlos seguido antes.

Pero S.S. nos ha citado algunos hechos particulares en la cuestión de la separación de ayuntamientos, y S. S. no ha estado acertado. Cuando se habla de la Grecia o de la antigua Roma, se puede, falseando la historia, desfigurar los hechos; pero cuando se habla de cosas que pasan a nuestra vista, cuando se habla da cosas que todos hemos visto, eso no es fácil, Sr. Castelar. S. S. ha dirigido al Gobierno una inculpación gravísima, que si fuera cierta no sería el Gobierno digno de ocupar este banco. S.S. ha dicho que a los ayuntamientos republicanos se les ha perseguido hasta el punto de que el ayuntamiento republicano de Zaragoza propuso un arbitrio que le era indispensable para vivir, y que el Gobierno se le negó para matarle de hambre, sólo por ser republicano; y eso no es exacto. (El Sr. Soler: Pido la palabra para una alusión personal.) Y a S.S. también se lo digo si sostiene la certeza del hecho. (El Sr. Moncasí: Pido la palabra.) Atáquese en buen hora al Gobierno, hágansele los cargos que se quieran, examínese su conducta, pero argúyasele siempre con la verdad por delante.

Vea la justicia de su cargo el Sr. Castelar. El ayuntamiento de Zaragoza, cuando tenía infinitas atenciones descuidadas, y atenciones de esas que no puede ni debe abandonar nunca ninguna corporación; cuando los niños de la Inclusa estaban a punto de ser abandonados por falta de pago a las nodrizas; cuando los enfermos del hospital se veían próximos a ser arrojados de sus camas por no poder darles las asistencias necesarias, el ayuntamiento de Zaragoza propuso un arbitrio... ¿sabéis para qué? para [4671] comprar fusiles, fusiles que el Gobierno le había ofrecido, y para comprar fusiles del nuevo modelo, del nuevo sistema. Pues bien, Sres. Diputados, el Gobierno había dicho al ayuntamiento de Zaragoza: "EI Gobierno te dará fusiles; pero hoy no los tiene, porque se ve en la necesidad de mandar muchos a Cuba, porque en los momentos de la revolución se extrajeron gran cantidad de ellos de los parques, y porque, además, los que tiene los necesita para combatir a los enemigos de la libertad; y como sabe que en Zaragoza no corre peligro alguno la libertad, espera algún tiempo y ya te entregará los que te hagan falta." Pues ese ayuntamiento no quiso esperar: teniendo obligaciones tan sagradas y perentorias detenidas, propuso un arbitrio para comprar 2.000 fusiles. (Varios Sres. Diputados: Cuatro mil.) No sé si fueron dos o si fueron cuatro. Si son cuatro, mejor para mi propósito: ya ve el Sr. Castelar cómo aún rebajo yo siempre la verdad de las cosas que me favorecen. (Risas.) [humor, ironía] Digo eso, señores, porque en caso de duda, yo rebajo siempre, mientras que vosotros, los republicanos, en caso de duda aumentáis, siempre que con ello pueda resultar un mayor cargo contra el Gobierno Pero sean 2.000 o sean 4.000, vosotros, que sois tan amantes del pueblo; vosotros, que sois tan amantes de la instrucción popular, vosotros hacíais gastar el dinero de vuestros municipios en fusiles, cuando se morían de hambre los maestros de las escuelas

Pues bien, el Gobierno fue tan indulgente y tan tolerante, y puede decirse tan cariñoso con aquella municipalidad, que habiendo venido aquí el expediente y una comisión del ayuntamiento para activar su resolución, yo le dije: "Eso me parece absurdo, no por el destino que vais a dar a ese dinero, cuando tenéis atenciones tan perentorias y sagradas que cumplir, sino por el arbitrio que proponéis, que es injusto, violento y falto de equidad." En efecto, yo había visto este expediente y le había juzgado de esta manera, y al día siguiente vino una comisión de propietarios a suplicar al Gobierno que no le aprobara.

¿Sabéis cuál era el arbitrio? Pues os lo voy a decir. Era un arbitrio sobre las aceras de la población: era un arbitrio que únicamente iba a pesar sobre los propietarios de las casas, aun sobre aquellos que al construir sus fincas habían construido sus aceras. El ayuntamiento, por lo tanto, propuso una cosa injusta. Es decir, que era una contribución que exclusivamente iban a pagar los propietarios de las casas, y sólo con el objeto de comprar fusiles.

Pues todavía el Gobierno fue tan tolerante con esa municipalidad, que no desechó del todo su petición: lo que hizo fue combinar un medio que le diera por resultado la facilidad de comprar los fusiles. Es decir, que en lugar de atacar vosotros al Gobierno porque se negaba a facilitar al ayuntamiento los medios de poder vivir, eran otros los que podían haber combatido al Gobierno por haber concedido a aquel ayuntamiento medios que nunca debió concederle. Esa es la justicia con que vosotros dirigís siempre cargos al Gobierno [ironía].

Otro cargo grave al parecer. " Las arbitrariedades que el Gobierno ha cometido en la destitución de ayuntamientos, decía el Sr. Castelar, han llegado hasta el punto de haber destituido a un ayuntamiento, de haber destituido a un alcalde que es Diputado a Cortes y partidario acérrimo del Gobierno actual, el Sr. Ricart." Y añadía S.S.: " ¡Cuánto atropello, cuánta tropelía, cuántas arbitrariedades se habrán cometido, cuando han tenido lugar estas que han llegado a nuestra noticia, cuando en un pueblo importante, y tratándose de una persona tan conocida como el Sr. Ricart, ha tenido lugar un hecho de esta especie!" Pues la historia es muy sencilla. El Sr. Ricart es una persona muy querida en su pueblo; y aunque ganaron las elecciones los republicanos, quisieron votarle por ser un hombre honrado, un liberal consecuente, un ciudadano que ha prestado grandes servicios a la causa de la libertad. ¡Ojalá todos los republicanos hubieran seguido ese sistema! Porque hay que tener en cuenta que los republicanos, por el hecho de llamarse republicanos, han desconocido, por lo general, y pretenden desconocer los servicios que los que no queremos llamarnos republicanos, porque no lo somos, porque creemos que no debemos serlo, hemos hecho a la causa de la libertad.

Pues bien: los republicanos de aquella localidad votaron y eligieron alcalde al Sr. Ricart, como una persona querida, como una de las personas más importantes del pueblo; pero es el caso que el alcalde Sr. Ricart fue elegido Diputado a Cortes y vino aquí a ejercer su cargo de Diputado. En realidad por este sólo hecho dejaba de ser alcalde; pero como el Gobierno no tenía interés de obligar al Diputado alcalde a que cumpliera estrictamente la ley, puesto que hay incompatibilidad material entre ser Diputado aquí y alcalde en su pueblo, pasó por alto esta circunstancia. Pero llega el caso de destituir al ayuntamiento, y es claro que no había de desaparecer el ayuntamiento y quedar el alcalde, que en rigor era el único que no pudo estar de alcalde en su pueblo por hallarse en Madrid ejerciendo el cargo de Diputado. Y el Sr. Ricart, alcalde de un pueblo de la provincia de Castellón y al mismo tiempo Diputado a Cortes, pero que comprendía la incompatibilidad material entre uno y otro cargo, ha sabido el hecho de la destitución, y no ha tenido nada que decir, porque le ha encontrado muy natural, y no tan extraño, ni tan arbitrario, ni mucho menos tan terrible como el Sr. Castelar le creía. He aquí a qué quedan reducidas esas arbitrariedades respecto

Ha habido muchos ayuntamientos federales que estaban reconocidos como tales, que han hecho en este sentido manifestaciones en los periódicos, que hasta han formado parte de pactos federales y que ahora vienen a decir que no había federales en esos ayuntamientos. Tanto es así, que hay comarcas enteras que eran antes federales, tan federales que en ellas no se encontraba un monárquico, y ahora son tan monárquicos que no se encuentra un federal por un ojo de la cara. Por consiguiente, muchos de los que han sido presos con las armas en la mano, muchos de los complicados en la rebelión dicen ahora: "No, señor; nosotros no hemos hecho nada; no pensábamos hacer nada; no hay motivo para detenernos, a no ser que sea delito el haber votado al Sr. Castelar." El que esto haya dicho no habrá votado probablemente a S. S.: ¡sabe Dios a quién habrá votado ese ciudadano!

Que hemos suprimido periódicos, que hemos cerrado [4672] clubs, que hemos disuelto pactos federales, que hemos hecho prisiones preventivas. Claro está, y todavía hemos hecho algo más; pero para eso estaba autorizado el Gobierno por las facultades extraordinarias de que las Cortes le revistieron. Y si no, ¿para qué las Cortes se las concedieron? Pues a pesar de todo, hasta en el uso de esas facultades ha sido parco, parquísimo, el Gobierno. No ha suprimido más periódicos que los que se habían declarado abiertamente en favor de la rebelión; que aquellos que querían ser la Gaceta oficial de la sublevación federal. Pero fuera de estos periódicos, todos los demás han podido seguir escribiendo todo lo que han querido; excepto la excitación a la rebelión, todo, absolutamente todo, se ha permitido. Leed si no los periódicos de Madrid, y decidme si en algún país del mundo se puede escribir en estado normal con más libertad que se ha escrito en Madrid hallándonos en estado de guerra.

Prisiones ha hecho el Gobierno; pero han sido las menos que ha podido, y algunas para evitar mayores males a las personas que en vez de ser sometidas a una causa que pudiera llevarlas a presidio, han sido conducidas a buenas habitaciones y tratadas con cariñosísimas consideraciones. (risas en los bancos de la izquierda) [ironía]. Algunos compañeros de S. S. han estado en ese caso. Pues qué, ¿no ha habido algunos que, sometidos a los tribunales, hubieran ido a presidio? ¿Y qué es lo que ha hecho el Gobierno? Limitarse a tenerlos detenidos en vez de entregarlos a los tribunales, mientras duró la sublevación armada, para decirles cuando concluyó: "Váyanse Vds. a su casa, y no vuelvan a ser locos"

El Gobierno ha hecho esto con algunos, porque se trataba de hombres de buena fe que han prestado en otras ocasiones servicios a la libertad, que son verdaderos patricios, aunque algo fanatizados en ciertas ideas por seguir los consejos de ciertos amigos que han estado a punto de perderlos ahora, como los perderán en adelante si los vuelven a seguir.

Y fuera de esto, Sres. Diputados, fuera de dos docenas de personas, la mayor parte de las cuales no tienen su domicilio en Madrid, y estoy por decir que en ninguna parte, fuera de esto, en Madrid, señores, ¿se ha conocido el estado de sitio? ¿Ha habido alguien que se haya preocupado del estado de sitio? No; todo ha pasado como en las circunstancias normales. Madrid tenía confianza en que el Gobierno no había de abusar do las facultades discrecionales que le concedieron las Cortes Constituyentes. Y a vosotros mismos, ¿qué os ha sucedido? Pues qué, cuando os fuisteis de aquí, ¿, no decíais que ibais a ser perseguidos, que ibais a ser encarcelados, que ibais a ser deportados? Y alguno de vosotros ¿no llegó a temer que fuera fusilado? Pues ¿qué os ha pásalo? ¿Quién se ha metido con vosotros? Y eso que no habéis dejado de dar motivo para que sucediera eso mismo que temíais y lo que acaso más de uno de vosotros deseaba.

Que hemos disuelto y desarmado la Milicia ciudadana; y sobre esto el Sr. Castelar se ha extendido largamente dirigiendo terribles cargos al Gobierno y procurando sacar pretexto de ello para hacer ver cómo habían venido las cosas de tal manera, que a pesar nuestro ya no había diferencia entre el partido moderado y el partido progresista, puesto que la única cosa que los distinguía es la Milicia Nacional. Dejo a la consideración de S.S. y la de 1a Cámara la justicia de este cargo, cuyo absurdo no merece los honores de mi refutación.

Pero respecto a la disolución. de la Milicia, no sé por qué el Sr. Castelar se ha apurado tanto. Yo comprendo que cuando el Sr. Castelar crea vulnerado un principio constitucional; cuando crea que saltamos por encima de los preceptos de alguna ley, se excite y se excite; pero ¡respecto a la Milicia Nacional disuelta tal como estaba organizada!? ¡Pues si para disolverla no hemos tenido que tocar ninguna ley! ¡Si no hemos falseado ningún principio! ¡Si no hemos faltado a ningún artículo de la Constitución del Estado! [aposiopesis; hipálage]

Yo voy a probar a S. S. hasta la evidencia lo contrario de lo que S. S. ha querido demostrar.

Señores, la mayor parte de la Milicia ciudadana de España, y principalmente la de las grandes capitales, estaba completamente fuera de la ley, y tenía dos vicios cardinales, cualquiera de los cuales era suficiente para que esa Milicia ciudadana fuese disuelta y desarmada. El primer vicio consistía en que en su formación se había prescindido completamente de la ley orgánica de la misma institución, hasta el punto de que en la organización de la mayor parte de las fuerzas de que constaba en las grandes capitales, no se había cumplido ninguno de los preceptos legales a que debieran haberse sometido. El segundo vicio consistía en que la mayor parte de la Milicia abrigaba en su seno elementos contrarios a las instituciones del país, hasta el punto de que había batallones que se llamaban, que se decían, que se proclamaban contrarios a las decisiones que las Cortes Constituyentes habían tenido por conveniente adoptar, y había individuos dentro de esos batallones que hacían alarde de ser adversarios de les instituciones por medio de medallas, de insignias o de otro cualquier distintivo.

¡Qué absurdo, señores! Como si fuese permitido en algún país del mundo que existiera una fuerza armada contraria a la ley fundamental del Estado, a la ley de las leyes, a la ley base de todas las demás del país! Los ciudadanos, como ciudadanos, pueden tener las opiniones que tengan por conveniente; pero como elementos de una fuerza armada existente con arreglo a las leyes, no pueden tener otro objeto, ni pueden tener otra tendencia que el acatamiento más profundo, el respeto más severo, la obediencia más ciega a las leyes del país.

Es más esa ley de Milicia Nacional que d Sr. Castelar me ha citado, establece. en su art. 7º terminantemente quo no puede pertenecer a 1a fuerza ciudadana ningún individuo que haya hecho do cualquier modo alguna manifestación pública en contra de la soberanía nacional o en contra: de los poderes públicos que de esa soberanía emanen; y sin embargo, existían batallones que se llamaban republicanos; y sin embargo, existían individuos en otros batallones que públicamente se proclamaban republicanos, es decir, que hacían todos los días y a todas horas manifestaciones contrarias a la soberanía nacional y a los poderes públicos que la misma había constituido. Por consiguiente, el Gobierno estaba en su derecho, y es mas, hubiera cumplido con su deber disolviendo y desarmando todas esas fuerzas ciudadanas que faltaban así tan abiertamente a la ley de su institución, y que además no se hallaban sometidas a ley alguna.

Con esto no tendría necesidad el Gobierno de dar más explicaciones. Ha hecho lo que debió hacer en cumplimiento de la ley. Pero yo quiero dar explicaciones al señor Castelar: el Gobierno, lejos de faltar a la ley disolviendo esas fuerzas ciudadanas, estaba dentro de la ley, porque si, como S. S. ha dicho y se ha repetido aquí en otra ocasión, el Gobierno hubiese querido pretextos para desarmar la mayor parte de la Milicia Nacional de España, no habría necesitado mucho tiempo para encontrarlos: esa institución daba en muchos puntos todos los días, más que pretextos, motivos para desarmarla. Pero el Gobierno ha [4673] querido ser tan tolerante con esa fuerza, que, en vez de hacer caso de esos motivos que le daba todos los días para desarmarla, no ha querido proceder a verificarlo hasta los momentos en que la perturbación del orden lo ha exigido, o en que la Milicia Nacional se ha manifestado materialmente en hostilidad abierta contra el Gobierno.

Disolvió el Ministerio la Milicia de Cádiz porque se sublevó contra el Gobierno; disolvió luego la de Jerez porque se rebeló contra la ley; disolvió después la de Málaga porque desobedeció y se alzó contra la autoridad; disolvió varias Milicias en otros puntos porque, o desobedecieron a su jefe inmediato, a su jefe natural, a su jefe popular el alcalde, o se negaron abiertamente a jurar la Constitución del Estado. Disolvió más tarde la de Tarragona porque, habiéndose alterado el orden en aquella población, la Milicia Nacional se reunió sin orden de sus jefes y no se presentó a las autoridades a ofrecerles su apoyo: la disolvió además porque era necesario, pues la mayor parte de los que promovieron, o excitaron, o fueron causantes, directos o indirectos, del asesinato que ensangrentó las calles de aquella ciudad, eran jefes e individuos de su Milicia ciudadana. Disolvió después la de Tortosa porque el alcalde y los jefes de la fuerza ciudadana, individuos todos del pacto federal, que habían recibido la orden del gobernador de la provincia para que no permitieran bajo ningún concepto que la manifestación que allí debía tener lugar se convirtiera en una manifestación tumultuaria, no hicieron caso alguno de semejante orden; consintieron que la manifestación se hiciese tumultuaria; no tomaron medidas para impedirlo, y cuando la autoridad de Tarragona quiso valerse de aquella fuerza, la fuerza aquella eludió con pretextos las disposiciones del gobernador. Disolvió luego la de Barcelona, porque sus jefes, como tales jefes y en cuerpo, protestaron contra un acuerdo de la autoridad, desconociendo lo que previene el art. 20 de la Constitución; y pues el Sr. Castelar sabe perfectamente de memoria todos sus preceptos cuando trata de censurar algún acto del Gobierno, es extraño que los sepa tan mal o los olvide tan pronto cuando se trata de la conducta que han seguido sus amigos. Lea S. S. ese artículo de la Constitución, y se convencerá de que los jefes de la Milicia ciudadana de Barcelona faltaron a su deber, infringiendo abiertamente la ley fundamental del Estado.

Si los jefes de la Milicia ciudadana fueran nombrados por el Gobierno, se comprende que cuando los jefes de esa fuerza faltasen, con destituirlos y sustituirlos con otros, la cuestión estaba resuelta; pero cuando se trata de fuerzas que eligen por sus jefes a los que más confianza les inspiran de entre los individuos que las componen, en medios de buen gobierno no cabe este proceder, con tanto más motivo si los individuos de ese cuerpo que han elegido esos jefes y dispensándoles su confianza, ayudan con su actitud a los mismos en sus protestas o en su oposición a la autoridad, como sucedió en Barcelona.

Al mismo tiempo que los jefes de la Milicia de esta ciudad protestaban públicamente contra la autoridad, los individuos de esa Milicia recorrían las calles, haciendo cundir la alarma y la perturbación por todas partes, y apoyando con semejante manifestación la protesta que sus jefes habían hecho.

Pero además todas esas Milicias que se han disuelto, tenían los dos vicios que he manifestado al empezar mis observaciones respecto al desarme de la fuerza ciudadana, y cualquiera de esos dos vicios bastaba para ordenar, con arreglo a la ley, el desarme. Y si el Gobierno ha sido tolerante con algunos de esos batallones, aun con los mismos que se han desarmado, a pesar de tener esos vicios de organización, es porque suponía que había más patriotismo en los que se llamaban liberales, y porque creía que no querían perder la libertad después de haber perdido la república. Pero en el momento en que esos batallones, en vez de ser un escudo de la libertad y una garantía de orden, eran un elemento de anarquía y una causa de perturbación, el Gobierno estaba en su derecho, es más, hubiera faltado a su deber si no los hubiera desarmado.

Si el Gobierno no ha dado cuenta a las Cortes de la disolución de esas fuerzas, es porque no era menester darla, porque se habían insurreccionado a mano armada, y sobre todo, porque no habiéndose organizado dentro de la ley. no era preciso cumplir, para disolverlos, las formalidades que la misma ley establece para ese caso.

La ley sólo se refiere a aquellas Milicias que están dentro de la ley, que con arreglo a la ley se han organizado; mas cuando se trata de grupos armados sin orden ni concierto alguno, puesto que no se han armado con arreglo a ley ninguna, no hay para qué invocar la ley para desarmarlos Tratándose de cuerpos organizados con arreglo a la ley, el Gobierno no cumpliría con las leyes si, al desarmarlos, no viniera a dar cuenta a las Cortes, y decirlas, dentro del plazo que la ley marca, he disuelto esa Milicia y estas son las razones que he tenido para ello.

El Gobierno quiere y desea la Milicia ciudadana; pero la quiere y la desea mientras pueda ser una garantía para el orden y un escudo para la libertad. Lo que no quiere son esas Milicias sin orden ni concierto, esas Milicias que guardan en su seno elementos contrarios a las instituciones del país y que admiten y guardan en sus filas a los holgazanes, a los vagos, a los perturbadores de oficio, que escojan la bandera de un batallón para encubrir su dudoso modo de vivir, o las insignias de un kepis para solicitar destinos que ni quieren ni saben desempeñar, separando así de la Milicia a los hombres honrados, que de otro modo pertenecerían a ella, deshonrando la institución y convirtiéndola en un elemento constante de perturbación y en una causa perenne de continuo desorden.

Que debíamos haber levantado antes la suspensión de las garantías constitucionales. Podría demostrar al señor Castelar que hemos estado siempre exactamente dentro de la ley en este punto, porque hasta hace poco tiempo había restos de la sublevación que ni se habían acogido a indulto, ni habían sido habidos por la autoridad; hasta hace poco tiempo ha habido algunos dispersos en los montes de Ciudad-Real; hoy todavía están armados los Hierros con algunos de sus compañeros; hasta hace pocos días no se han visto limpias las fragosidades del Maestrazgo de restos de los sublevados esperando el indulto que tienen solicitado. Pero yo soy franco, yo soy leal, y declaro que todo eso tenía poquísima importancia, o mejor dicho, no tenía importancia ninguna para fundar sobre ello la continuación de la suspensión de las garantías constitucionales. Pero ¿es que una sublevación armada concluye cuando se da la última batalla? ¿Es que la insurrección armada concluye con el disparo del último tiro? No; las insurrecciones armadas, ni concluyen con la última batalla, ni acaban con el disparo del último tiro: las insurrecciones armadas continúan mientras no desaparecen por completo los elementos que las produjeron, mientras siguen las consecuencias inmediatas del conflicto que producen; continúan mientras las vencidas se empeñan en no darse por vencidos, en no resignarse con su suerte, haciendo creer a los vencedores que no ha terminado su misión; continúan mientras que los que no son ni [4674] vencidos ni vencedores, sino víctimas de la lucha, no adquieren la tranquila confianza de que no han de volver a sufrir los mismos perjuicios, que no han de volver a pasar por los mismos peligros, que no han de volver a sufrir los mismos tormentos y a presenciar los mismos horrores; Continúan mientras no se apagan las pasiones de odio y de venganza que nacen en la lucha, que se desarrollan al olor de la pólvora, que fermentan con los vapores de la sangre y que se envenenan con la humillación de la derrota [imagen ].

Pues qué, señores, los grandes incendios ¿terminan acaso cuando desaparecen las llamas? No; terminan cuando ha desaparecido el fuego latente que quedó oculto, y que, descuidado, podría reproducir el incendio. [comparación]

Yo os pregunto: ¿hasta hace poco tiempo habían desaparecido las consecuencias inmediatas de la sublevación? ¿Hasta hace poco tiempo había quedado completamente extinguido el fuego latente, resto escondido del voraz incendio? Yo creo que no han concluido hasta hace poco tiempo; pero al recordar el manifiesto que la minoría republicana ha dado a sus correligionarios para justificar su vuelta al Congreso, y al escuchar los discursos que aquí se pronuncian por los individuos de esa minoría, dudo si han concluido todavía.

Pero en fin, conste que el Gobierno no ha detenido ni un momento más que lo necesario el alzamiento de la suspensión de las garantías constitucionales, y por consecuencia que quedan destruidas todas las conjeturas que S. S. hacía acerca de las intenciones que pudieran atribuirle al Gobierno por este motivo.

Su señoría, al hablar hoy del uso que se ha hecho de los derechos individuales y de la suspensión de las garantías constitucionales, ha vuelto a exponer aquí su teoría respecto al ejercicio de dichos derechos. Yo desearía contestar a S. S. sobre este punto en esta tarde para ver si acabábamos de una vez con esta cuestión; pero no quiero cansar mucho a los Sres. Diputados, y me voy a limitar única y exclusivamente a contestar a lo expuesto por el Sr. Castelar y a desbaratar los cargos que S. S. ha hecho al Gobierno. Y no es que se tema entrar en el debate sobre los derechos individuales; el día que guste S. S., entraremos ampliamente en él, y entonces demostraré a S. S., tan claro como la luz del medio día, y espero que S. S. se convencerá con mis razones, que es un absurdo el no establecer diferencias entre la esencia del derecho y el acto material del ejercicio y práctica de ese mismo derecho. Yo demostraré a S. S. que eso no sólo es un absurdo, sino que no puede sostenerse, y mucho menos en nombre de la libertad.

Sería completamente imposible, no habría medio, no de gobernar, sino de vivir en sociedad, si se comprendieran los derechos individuales tal y como los explican los señores de enfrente.

Es imposible; yo lo demostraré otro día, tan claro como la luz que nos alumbra; yo le haré ver a S. S. entonces que lo absoluto en el ejercicio de los derechos individuales conduce irremisiblemente al estado de barbarie, (Rumores en los bancos de la izquierda), al estado de barbarie, sí; y yo lo demostraré.

Ese absoluto en el ejercicio de los derechos individuales, ¿es para todos los ciudadanos? ¿Pueden todos ejercer en absoluto sus derechos, sin relación a los derechos de los demás? Pues eso nos llevaría al estado salvaje. Ese absoluto, ¿corresponde a un solo individuo o a varios? Pues eso nos conduciría al estado de esclavitud; mientras que la limitación en el ejercicio de los derechos de cada uno por la garantía del ejercicio de los derechos de los demás, es la libertad, es el progreso, es la civilización, es la sociedad. Yo demostraré esta tesis hasta la evidencia, y tengo la persuasión de que he de convencer a S. S. para que no vuelva más a sacar esta cuestión en el Parlamento.

¡Qué me pesaban los derechos individuales como una losa de plomo! Y ¿qué tiene de particular que dijera eso? ¿Qué significa que en momentos críticos, que en días de apuro para mi Patria; que cuando yo veía males sin cuento para los hombres que se han sacrificado constantemente por la libertad; que cuando preveía grandes peligros para mi país en el momento que veía proclamar el nombre de D. Carlos recordaba que con el mismo nombre, con la misma bandera y por los mismos partidarios, se hizo una guerra civil terrible que duró siete años, en la cual se redujeron a cenizas las casas de nuestros honrados padres, se arruinaron nuestros mejores pueblos, se ahogaron en sangre nuestros campos y se consumió y aniquiló nuestra Patria; qué significa, digo, que en aquellos momentos, cuando yo podía conjurar esos peligros y evitar esas desgracias que hoy lloran muchas familias y que nosotros deploramos, al ponérseme enfrente como obstáculo para ello los derechos individuales, dijera que me pesaban como una losa de plomo? Sí; me pesaban entonces, y me pesarán siempre que me encuentre en iguales circunstancias.

Pero ¿qué quiere decir esto? ¿Quiere decir que porque a mí me pesaran en aquellos momentos las consecuencias a que dan lugar los derechos individuales, yo haya de ser enemigo, no haya de ser partidario de esos derechos? ¿Quiere decir que porque en momentos dados los derechos individuales sean molestos, se ha de hacer uno enemigo de los derechos individuales? No: eso sería tan absurdo como suponer que soy enemigo del sol porque más de una vez me han abrasado sus ardorosos rayos [comparación].

Lo que eso quiere decir es que los derechos individuales, como todas las cosas humanas, tienen sus ventajas y sus inconvenientes; y puede suceder y sucede en muchos casos, que los segundos se sobrepongan a las primeras, constituyendo un obstáculo para el Gobierno y un peligro para el país, sin que la expresión del sentimiento de que esto suceda quiera decir que deban renunciarse las ventajas permanentes que producen los derechos individuales por los inconvenientes eventuales que puedan en momentos dados ofrecer. El que quiere una cosa, la quiere con sus ventajas y con sus inconvenientes, y siente más sus inconvenientes el que más aprecia y mejor conoce sus ventajas. ¡Desgraciado aquel cuya pupila no se sienta herida por los fulgurosos rayos del sol, porque él será ciego! [comparación]

Yo quisiera, Sres. Diputados, contestar algo al señor Castelar respecto de la candidatura y de la cuestión dinástica, en que tanto se ha extendido S. S. en la última parte de su discurso; pero, la verdad, yo creo que no ha llegado el momento de discutir esta cuestión. Por otra parte, los argumentos que ha presentado S. S. contra el Duque de Génova, los ha de presentar, y mayores, contra cualquiera otra candidatura que para el trono de España se presente, y los argumentos republicanos contra los candidatos al trono no deben, por lo tanto, hacer mella ni en el Gobierno, ni en la mayoría, ni en el país monárquico. Sin embargo, S. S ha atacado la candidatura del Duque de Génova diciendo, en verdad, todo cuanto puede decirse en su contra. ¿Y qué ha dicho S. S. en sustancia? ¡Feliz candidato aquel de quien para decir de él algo malo hay que recurrir a su abuelo!

Pero hasta de su abuelo, ¿qué ha dicho S. S.? ¿Que [4675] vino a Cádiz con el ejército invasor? ¡Si entonces era un soldado voluntario! Cuando su abuelo fue algo en Europa, cuando ceñía una corona, llegó un momento en que peligró la libertad de su país; entonces fue a pelear por la libertad, y después con la libertad sucumbió, y murió considerado y digno en la expatriación y en el ostracismo. Pero en fin, si el Sr. Castelar quiere combatir al abuelo, combátale enhorabuena, porque al nieto le ha de hacer eso poca mella.

Por lo demás, yo no comprendo que ciertos cargos vengan de ese lado de la Cámara, y no de otro. ¡Que es niño, que no tiene estatura para soportar el peso de la corona; ¿Es que queréis un Felipe II? Pues entonces no os llaméis liberales, ni mucho menos demócratas. ¿Es que queréis una mano de hierro que gobierne y reglamente el país? Pues si no es eso, si lo hemos de hacer todo nosotros, si todo lo han de hacer los partidos liberales, el Duque de Génova es bueno para rey, porque joven, aprenderá a amar la libertad, y se encariñará fácilmente con ella; porque joven, aprenderá a amar a la España, por lo mismo que su cariño no ha podido echar raíces todavía en países extraños; porque joven, podrá ser aleccionado por los liberales y para la libertad.

Voy a concluir, Sres. Diputados, haciéndome cargo de las últimas palabras del Sr. Castelar. S. S., como arrepentido ¡Dios lo quiera! nos ha dicho que venia hoy con el propósito de ayudar a la restauración de la pureza del gobierno constitucional. ¡Ah, Sr. Castelar! Si esas palabras le han salido a S. S. del fondo del alma; si con sus compañeros está dispuesto a seguir en ese propósito y a realizar ese deseo, gran noticia da S. S. al Gobierno, a las Cortes Constituyentes y al país. ¡Ojalá que la desgracia os haya hecho aprender! ¡Ojalá que no hayan pasado para vosotros desapercibidas las duras lecciones de la experiencia de estos últimos acontecimientos!

Si es así, Sres. Diputados de la izquierda; si queréis venir aquí a ayudarnos a restaurar el gobierno constitucional, considerad, cualesquiera que sean vuestras aspiraciones, siempre nobles y generosas si son inspiradas en el sentimiento de la libertad; considerad, repito, que hoy que vamos a edificar después de haber destruido, que hoy que la constitución definitiva del país depende de la prudencia de los unos, de la templanza de lo. otros y de la abnegación de todos, es más que nunca necesaria la unión de todos los elementos de la gran familia liberal, y más que nunca preciso que la fraternidad revolucionaria nos haga olvidar diferencias de escuela ante el espectáculo imponente de la revolución.

A la vista del triste estado moral de la masa menos ilustrada y por desgracia más grande de nuestro pueblo, reconoced las altas razones, las poderosas consideraciones de patriotismo y de conveniencia que asisten a ciertos partidos, que caminando siempre en alas de un progreso indefinido hacia el logro de la perfección política, no creen todavía llegado el instante del planteamiento de ciertas instituciones en España; y que más tarde, cuando aprovechados convenientemente los medios que la libertad pone en nuestras manos, haya producido sazonado fruto una propaganda sólida; cuando pasada esta época de aprendizaje político del pueblo, se aminore la ignorancia, desaparezca la superstición y se condene la imprudencia, podrá ser fácil, lógico y natural quizás, lo que ahora daría, como ha dado hasta aquí con vuestras propias aspiraciones, en los escollos de la anarquía.

Meditad, Diputados republicanos, que si no os ha enseñado nada la experiencia de estos últimos acontecimientos; que si os empeñáis en abandonar la senda que la experiencia y la desgracia os aconsejan seguir; que si insistís en una oposición intransigente; en una palabra que si no seguís escuchando más que los consejos de la impaciencia y de las ilusiones propias de la juventud, ¡ay de la Patria, porque a la Patria costaría largos días de luto un ensayo prematuro; ay de la república, porque así como el despotismo ha muerto a manos de los déspotas por renovar tiempos que ya pasaron, así la república acabará de morir a manos de los republicanos por adelantar tiempos que aún no han venido!

He dicho.



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